Veo la cara de extrañeza de aquellos que me preguntan por quién votaré para estas elecciones del domingo 30. Desde que obtuve la mayoría de edad, no he podido votar por las presidenciales. Siempre he sido objeto de impugnación por la Registraduría, porque ando en Barranquilla y ando en Bogotá. Mi cédula fue expedida en Bogotá, siendo costeño, pero una denuncia de trashumancia electoral en el Atlántico me impidió meter la papeleta en la urna cuando el Polo Democrático obtuvo la segunda mayor votación, después del “Uribismo”.
Ya las cosas están patentemente cambiadas, pero mi voto será amarillo pollito. Soy de la oposición, soy de base liberal, nunca godo, y tampoco derechista nuevo rico o cuasi hacendado arribista. Luego, con la premisa anterior se podrían hacer miles de silogismos cambiantes sobre la intención de voto y resultaría: un voto liberal, un voto de izquierda o un voto verde.
Les contaré entonces por qué no votaré por los rojos ni tampoco por los verdes, y por qué sí por los amarillos. Empezaré por decirles que gran parte de la ideología que influencia mis comentarios sobre política están sustentados en algunos atisbos teóricos sobre algunos libros de ciencia política que han pasado por mis manos, entre esos: Arendt, Bobbio, Pizarro Leongómez, entre otros que no recuerdo. Pero no llenaré estas líneas con aburridos comentarios de politólogos brillantes, sino en cuál es la unidad que determina mi voto: el partido político, el candidato, y la ideología.
Si fuera por congruencia y disciplina de partido, votaría por el liberalismo, pero ocurre que no me gusta el candidato. Tiene excelentes propuestas sociales y de empleo, una ambigua sobre el conflicto y sigue un modelo económico de apertura, pero con las reservas de proteccionismo en defensa de la economía nacional. No tiene carisma, no es pasional, no tiene estilo, pero tampoco llena las expectativas de los cambios profundos que necesita el país.
No votaré por los verdes, porque con un girasol no hay ecologismo. Pensado desde el ecologismo europeo, hace poco le preguntaron a Mockus si era ecologista como partido, y dijo que faltaba mucho para eso. No votaré por la ola verde porque a pesar de la gran propuesta en educación – de hecho la más agresiva que he visto en años, más Fajardista que Mockusiana –no quiero un modelo de Estado moralista, y no me interesa un Estado Kantiano, ni mucho menos un Estado paternalista que lo único que predica es el apego a la ley. Para ese caso, entonces la propuesta de la “legalidad democrática”, no es más que una fórmula mejorada del santanderismo de aquellas épocas que pregonaba el padre de las leyes.
Tampoco me parece atractivo que tal legalidad tenga un tinte pedagógico para ganar adeptos en aras de principios tan genéricos como la santidad de los recursos públicos, la batalla contra la burocracia, corrupción y demás. ¡Claro que los recursos del Estado son sagrados!, pero no tiene que decirlo Mockus para creerlo. Que aplicará la Constitución… pues, es un principio que no sólo el presidente sino todos los asociados debemos observar. Es decir, no quiero que el Estado colombiano se concentre solamente en aquel discurso de la ética del poder, de la cual ha hablado tanto la filósofa Adela Cortina, sino un Estado en el que al individuo se le respete sus libertades fundamentales, y se potencie su autonomía. Finalmente, otros aspectos frente al conflicto son lo mismo de lo mismo. Un no al intercambio humanitario, un statu quo al presupuesto de la fuerza pública, un no a la negociación, un dubitativo universo sobre el manejo de las relaciones internacionales, un modelo económico neoliberal, y aún dependiente, etc.
Si el macartismo se asoma al leer esto, y me tilda de comunista, entonces seré un comunista hormonal. Quiero revolución, quiero justicia social, quiero reforma agraria, quiero progresismo, quiero independencia, quiero negociación, quiero defensa de los derechos humanos, y quiero que se sepa toda la verdad. Verdad es lo que necesita este país para reconciliarse en medio de una justicia transicional que pocos conocen. Por eso, mi voto será amarillo. Si eso es invocar la violencia, pues como diría Arendt la revolución no es per se la violencia como ejercicio del poder.
Bogotá