En Marianao me monté en la máquina que me llevó a la Habana Vieja. No era consciente que estaba en una localidad periférica a media hora del centro. Pagué veinte pesos en moneda nacional y el sopor que hacía a esa hora ya no era lo importante, sino el color rojo del taxi y el panel brillante conservado con silicona. Un taxi de los años cincuenta que a fuerza de mucho empeño y del ingenio de sus dueños ha pasado la prueba del tiempo, superando las leyes de la mecánica y hasta de la física, por las condiciones del terreno.
Llegué al Capitolio y la
majestuosidad arquitectónica me tele transportó a Washington. Después me
dijeron los locales que se trataba de una réplica de Capitol Hill. En ese
sector cerca a los hoteles republicanos pisas el Gran Teatro de la Habana,
teatros de diversión particular, la explanada de taxis que te llevan por
doquier y el Parque Central.
Desde ese momento ya estaba siendo asediado por los nacionales con unos cuentos chimbos, especies de paquetes chilenos de los cuales ya estaba advertido. Aburrido de la falsa historia, bajé hacia la Estación Central y llegué a una zona más industrial que ya me asustaba, pero donde encontré de forma inusitada la famosa frase del Comandante Fidel Castro pronunciado a su llegada a la Habana, en Ciudad Libertad el 8 de enero de 1959: "Todo cubano debe saber tirar y tirar bien".
Un bici-taxero me llevó hasta la mini-plaza del
busto de Miranda para conocer el inicio de la aventura, porque quería conocer
el punto de partida del Malecón. Desde allí se veía el Castillo del Morro que
de hecho en la noche es más especial que de costumbre. Ya ahí un grupito de
locales cantadores empezó la tonada con una de Polo Montañez, que no tenía ni
idea que existía. A mi llegada a Bogotá me di cuenta que era un homenaje que le
hizo el nacido en Pilar del Río a las ciudades Colombia.
Como si se tratase de una feria de lobos, Lázaro Miguel se me acercó para proponerme un tour por el casco de la Habana Vieja por una tarifa/hora que me da pena darle a conocer. Miguel se había mostrado bastante abierto para darme a conocer las zonas que especialmente ya estaban referidas por mi o las que él considerada importantes por ser primera visita a la isla.
El
lugar que me abrió inmediatamente el gusto por la música afro fue el Callejón
de Hamel. Se parecía a Caminito. Los murales bien logrados eran la alegoría perfecta
del sincretismo de la santería caribeña. El domingo fui a la rumba tradicional del Callejón. Allí sí te ponen a mover las
caderas como es debido.
Del
Callejón salimos a varias partes de la Habana Vieja. En la Plaza de la
Revolución, le dije a Miguel que ya era hora de almorzar y me sugirió el
restaurante Don Lázaro, cerca al Arco de Belén, entre las calles Habana y
Compostela. Cuando llegué al restaurante con él, ya estaba bastante tomado. En
el recorrido tomaba cerveza nacional y ya estaba caído porque el calor ya no me
ayudaba y nunca he sido hombre que resista trago.
El aperitivo
en Don Lorenzo fue un mojito con “Havana Club” 3 años. Ese fue precisamente el
inicio de la aventura. Miguel allí ya me estaba proponiendo comprar habanos
porque le había contado que quería llevarlo como presentes. Me llevó a una casa
de familia donde supuestamente le hacían crédito. Ya traía encima poca moneda
en divisa (CUC), fuimos por la caja, tomé algunas fotos a la casa,
especialmente, enfoqué a un niño rubio que estaba en un corral.
Al día
siguiente en Marianao, amanecí con una caja de habanos al lado de la cama.
Resultó que había sido objeto de una estafa monumental. Tengo muchas lagunas
del ilícito; pues solamente mi cámara era quién me podía contar la historia
completa. No estuve inconsciente, recordaba a todas luces que tiraba fotos como
loco, y eso era lo que finalmente me permitía acordarme de algunas cosas, o
hacer el esfuerzo para identificar la línea de tiempo.
Decidí
irme a la Habana Vieja nuevamente a tirar más fotografías por mi cuenta. Ese
día me había dado cuenta que en la estafa había perdido aproximadamente seiscientos
dólares en divisas en un día, y me quedada sin dinero suficiente para
regresarme a Colombia, pagar el taxi de regreso y cancelar el impuesto de
salida.
Ni bien
con la angustia que me embargaba me senté en el Parque Central a tomarme un
refresco que me bajara la tensión y me pusiera a pensar frío. Justo después de
pasar aproximadamente 15 minutos en la banca de la plaza, se me sentó un chico
al lado que me preguntó de dónde era. Allí empezó la mejor amistad del mundo.
“Eso no se lo fuma ni un alcohólico, chico”
Martín
tiene 23 años, hizo su bachillerato como todo cubano y luego se puso a estudiar
técnica para ser ayudante gastronómico. Daniel, de provincia, psicólogo, y contemporáneo
conmigo, no ha ejercido como tal su profesión, como muchos cubanos ilustrados,
y estaba en ocasión de mi visita trabajando como guardia en un complejo
turístico en Centro Habana. Óscar, dueño de casa, trabaja en un bar de diez de
la noche a cuatro de la mañana, todos los días.
Ellos fueron
los ángeles de la guarda logró enterarse solo hasta mi regreso. No quería
gastarme dinero en llamar a Colombia, preocupar a mi familia o gastar la navegación
por la web para avisar lo que pasaba pues me cobraban $10 CUC la hora. Ellos me
recomendaron hablar con un agente de policía para exponer mi caso, porque luego
de varias conversaciones nos dimos cuenta que la caja de habanos Montecristo
N.° 4 que había comprado, era falsa. Estaba llena de maleza y estaba
adulterada.
“Uds. los extranjeros meten las patas y quieren que después el Estado les resuelva todo”
Estuve
en la Estación de Policía aproximadamente toda la tarde. No los quiero poner
sobre los detalles, pues casi me deportan, y por seguridad es mejor no hablar
de estos temas cuando muy posiblemente estoy siendo monitoreado. Casi me
deportan, porque pensaban que era consciente que la compra ilegal que había
hecho, fue bajo mi consentimiento. Hablé con el fiscal que atendió mi caso,
porque interpuse una denuncia contra la propietaria del inmueble donde había
comprado la caja de habanos, y aquel bici-taxero que había quizá echado algo en
mi trago e inducirme al error durante casi 8 horas. Todo este capítulo parece
haber sido sacado de la historia “El Proceso” de Kafka, se los juro.
Todo no
fue historia vana. Esto también hizo parte de la aventura. No me pregunten si
la Habana es parecida a Cartagena. No se pongan a hacer comparaciones insulsas
sobre el patrimonio del Gran Caribe. Ahora entiendo por qué Hemingway no quería
salir de La Habana.
*Yuma es la denominación urbana para los extranjeros
Ciudad
de La Habana, 02.07.2012