domingo, 30 de enero de 2011

Los pétalos de la revolución

Publicado en el diario Despertar de Oaxaca, México

Al mundo árabe se le está cayendo su muro de Berlín. Aquella pared autocrática que los sátrapas construyeron desde la descolonización del Magreb –nombre del área del norte de África que comprende Marruecos, Argelia y Túnez y, considerada más ampliamente, también Libia, Mauritania y el Sáhara –ahora sufre los golpes impetuosos del hartazgo. Una chispa que revienta la ira de los muchachos universitarios recién graduados por la falta de trabajo en Túnez, enardece las revueltas contra la corrupción, el nepotismo y la carestía de alimentos en Egipto, y concita al desmán contra la pobreza en Yemen.

Y pareciera que los pétalos de la ‘revolución de los jazmines’ – nombre que se le ha dado a la revolución tunecina – amenazan con derrocar los regímenes vecinos cual efecto dominó, contagioso pero a su ritmo. La excesiva tropelía en Túnez, Egipto, Yemen, y otros países que entendidos, dicen, esperan en lista, obedece a la búsqueda de un modelo alternativo que transite hacia la democracia.

Los taxistas afirmaban al hablar de la caída de Ben Ali: 'Es lo que sucede a los príncipes que mienten a sus pueblos". Y esa máxima verídica sobre cómo los gobernantes se aferran al poder es natural en todos los países del mundo. No obstante, el autoritarismo es un elemento común a todos los del Magreb, y si se analiza el régimen de Túnez, era de los más autoritarios y cerrados no solo del Magreb sino del mundo árabe. La revolución tunecina solo inspira a los pueblos porque, tal y como se desarrolló, fue obra del pueblo y solo del pueblo.

En el Cairo y otras ciudades como Alejandría y Suez, el pueblo ha tenido la iniciativa propia de congregarse y dejar un precedente colectivo, como parte de una rebeldía de la sociedad civil, hastiados de los 30 años en el poder de Hosni Mubarak, su presidente. Es interesante observar cómo los movimientos nacidos en su interior que no son importados, fatigan la supervivencia política de los dictadores. Fustigan así de cierto modo las formas de gobierno dinásticas, heredados de los imperios pre-coloniales, en especial el fatimí, que gobernó el norte de África y parte de la península arábiga, que en su apogeo se convirtió en unos de los califatos más extensos del continente.

Y si las herencias se resquebrajan o están viciadas, ¿cuál es el modelo político para el mundo árabe? Una lectura irreflexiva es casi injusta, porque el etnocentrismo impregnado en algunas plumas que analistas y líderes mundiales sugieren es que la zona necesita reformas. Una transición democrática en los países árabes no puede formularse desde el occidentalismo, ni puede ser ‘gatopardista’. Se preguntarán ¿por qué Marruecos, Argelia o Libia no están de cara a un contagio como el tunecino o el egipcio?, ¿el efecto de la revolución de los jazmines es acaso incontenible? Los hechos hasta ahora han demostrado que la tendencia hacia la democratización es intermitente, a menos que sea equiparable al de Europa del Este, donde cayeron uno detrás de otro. A pesar de todo, los sentimientos de frustración de los pueblos de África del norte y sus anhelos son muy similares.

En algunos regímenes como Marruecos, es llevadera la revuelta del mundo árabe, pues se vive en un ambiente de mediana legitimación. La monarquía constitucional y la dureza institucional es por ahora bien respaldada. Por su parte en Argelia, ya no se espera un desorden civil, habida cuenta de su revolución en los noventa.

Si la crisis es mundial y no solo árabe, asistimos a una renovación de las formas de poder contra lo acostumbrado otrora. No me atrevo a pensar, como muchos escépticos sostienen, que los pétalos de la revolución tunecina es un simple rifirrafe entre los ciudadanos y el Estado; como un camino cierto a la transición democrática pensado y hecho desde la propia identidad arábiga.

Bogotá, 8 febrero de 2011.


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