miércoles, 10 de marzo de 2010

La unión inacabada. [A propósito de la Cumbre de Río (Cancún)]

Muchas cosas del cuadro de la triste y tropical caricatura de la Cumbre del Grupo de Río (Cancún) entre Chávez y Uribe sobre sus pataletas megalómanas, es que dentro del rimbombante linaje del integracionismo bolivariano, estamos inundados de varios modelos de unión continental. Una colcha de retazos sin liderazgo regional, ni madurez política.

Sobre la nueva Comunidad proclamada en la llamada Cumbre de la (des)Unidad de América Latina y el Caribe (Playa del Carmen), se ha dicho que tiene el especial propósito de reemplazar a la OEA. Quiere convertirse en otro foro de integración político amplificador, o ser el real proyecto de integración hemisférico, sin las estrellas polares del Norte.

Vayamos entonces por parte. El proyecto de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que sería un agravio ponerla con sigla o acrónimo, pues no existe una personería jurídica internacional, pero que para la celeridad de estas líneas, será la manera más fácil de demostrar que la Comunidad es ­–hasta ahora– sólo un mero ensañamiento óntico de integración. Se espera que después de su proclamación, en Caracas (2011) se celebre la primera cumbre, y así la constitución formal del organismo.

Una vez tomada forma, ya muchos allegados me preguntan si es posible que la CELAC pueda en verdad reemplazar a la OEA. He dado varios “no” tajantes. Partamos de un axioma: la OEA es el acuerdo regional, el único posible que tiene carácter hemisférico. Pero además, el único que ha podido ventilar una propuesta de integración comercial desde Alaska hasta la Patagonia (ALCA). No obstante frustrado lo anterior, se desarrollaron una serie de “Alquitas” o “Alca light” que se reemplazarían más tarde por tratados de libre comercio impulsados por EE.UU.

La forma dura de la integración republicana de la OEA, no sólo la comercial como la política y diplomática, está muy lejos de ser reemplazada del mapa por un grupo numeroso de Estados Miembros que están subsumidos en otros grupos subregionales que a veces pierden su noción, pero que no están interesados en reemplazar a ninguna organización existente. Seguramente el otro año, en Caracas, la discusión del mandato de principios de la CELAC forme consenso en que será una adhesión formal al acuerdo regional interamericano.

Otra arista de todo este pelambre, es la conformación de otro foro político de integración que amplificaría a mi juicio dos cosas ya existentes: el Grupo de Río y la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC). Dos espacios multilaterales que han hecho carrera, la primera más vieja que la segunda, pero que no han madurado lo suficiente para hablar de integración como el ideal europeo.

Esto nos lleva a pensar sin tautologías mediocres, ¿cuál es el real proyecto de integración de la región? Es que en medio de tantos subgrupos regionales: que la Unasur, AEC, MCCA, MERCOSUR, CARICOM, ALADI, CAN, SICA, entre otra ristra que no me pasa por la mente, el fenómeno es una colcha de retazos de integración que impide la cohesión.

El punto de encuentro que emule a un pacto del carbón y del acero europeo, que nos una en ejes estructurales, mediante un liderazgo político regional es el llamado que siempre pregona Chávez o Lula, pero que en lo sucesivo no organizará la integración, pues la heterogeneidad y los desencuentros ideológicos – necesarios naturalmente – son el óbice a prima vista de una unión inacabada y aún pírrica.

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